también

  • http://antonialdana.tumblr.com

27 abril, 2010

Dioses! Éste tipo es orgásmico.



Henry Miller ha sido siempre un iracundo, un escrito
que cultivó un disconformismo creador, pese a la aparente negatividad de su fe en el hombre y en la sociedad humana.
"Yo no procuro resolver los problemas individuales o colectivos; por lo contrario sugiero disolverlos", como el mejor antídoto contra el error que éstos se debaten.
Procruremos regresar a las fuentes; vivir simplemente y sabiamente, dice en sus páginas más profundas, entre las que vale destacar las de este libro, sino el primero, formado, al menos, con aquel mágico material que Miller manejaba en la época de sus TROPICOS.
MAX Y LOS FAGOCITOS BLANCOS tiene mucho de la inspiración de los escritores surrealistas, que en el París de los años treinta, inflenciaron a Miller, marcándolo con sus letras de fuego y ese ímpetu, que ha sido desde entonces, la caractereística de este gran tábano de las letras de nuestro tiempo.


" Mi amigo Raichel es sólo un pretexto para permitirme hablar acerca del mundo, el mundo del arte y el mundo de los hombres, y de la confusión y eterna incompresión que existe entre ambos. Cuando hablo de Raichel me refiero a cualquiera de los buenos artistas que se sienten solos, ignorados, subestimados. A los Raichel de este mundo los están matando como a moscas. Siempre será así; el castigo por ser diferente, por ser artista, es cruel.
 Nada cambiará este estado de cosas. si se lee cidadosamente la historia de nuestra grande y gloriosa civilización, si se lee la biografía de los grandes, se verá que siempre ha sido así, aun cuando, con frecuencia, se lamentan con amargura de su suerte. 
 Todo artista es un ser humano, no sea pintor, escritor o músico, y nunca es más humano que cuando trata de justificarse a si mismo como artista. Como ser humano, Raichel casi me trae lágrimas a los ojos. No solamente porque no ha diso reconocido (mientras miles de hombres inferiores a él están regodéandose en la fama), sino en primer lugar, por que cuando se entra en su habitación en el hotel barato donde raealiza su obra, la santidad del lugar conmueve profundamente. Su pequeño estudio no es precisamente una covacha, pero está muy cerca de serlo.
 Paseando la mirada por la habitación, se ven las paredes cubiertas con sus pinturas. Las pinturas mismas son sagradas. Uno no puede dejar de pensar que éste es un hombre que nunca ha hecho nada por lucro. Este hombre tenía que hacer estas cosas o morir. Este es un  hombre que está desesperado, y al mismo tiempo lleno de amor. Está tratando desesperadamente de abrazar el mundo con este amor, que nadie aprecia. Y encontrándose solo, siempre solo y desconocido, está lleno de sombría tristeza.
 Trataba de explicarmelo el otro día, cuando nos encontrábamos en un bar. En verdad, estaba un poco deprimido, de manera que le resultaba más dificil explicarse. Intentaba decir que lo que sentía era peor que tristeza, una especie de pena negra, subhumana, localizada en la columna vertebral, y no en el corazón ni en la mente. Comprendí enseguida que esa negra tristeza que lo carcomía, aun cuando no lo dijo, era el reverso de su gran amor: era la negra cortina sin fin contra la cual sus centelleantes cuadros se destacan y brillan con fosforescencia sagrada. De pie, en su pequeña habitación del hotel, me dice: -Quiero que esos cuadros me devuelvan la mirada; si cuando yo los miro, no me miran, entonces no sirven. Esto surgió por que alguien había observado que en todos sus cuadros existía un ojo, el ojo cosmológico, según dijo esa persona. Cuando me alejé del hotel pensaba que tal vez ese ojo ubicuo era el órgano atrofiado de su amor, tan profundamente inserto en todo lo que veía, que le devolvía su brillo desde la oscuridad de la insensibilidad humana. Aún más, que este ojo tenía que estar en todo lo que hiciera, o se volvería loco. Este ojo tenía que estar allí para roer en las partes vitales de los hombres, para expresarlos como un cangrejo y hacerles comprender que Hans Raichel existía" [...]


Henry Miller. Max y Los Fagocitos Blancos, El Ojo Cosmológico. Editorial Rueda 1967
Todo el mundo tendría que leer a éste tipo.